15/12/2017 – Tímidas colaboraciones educativas empiezan a caminar después de un año de funcionamiento del campus Besòs, que poco o ningún impacto han supuesto para la zona.
Ya hace más de un año que el campus Diagonal Besòs de la UPC arrancó su actividad en la frontera entre Sant Adrià y Barcelona con un halo de esperanzas para el municipio del Besòs y para todo el entorno comarcal: polo de conocimiento, atracción de tecnología y empresas, colaboraciones con valor añadido. Y también con pretensiones de mejora en los aspectos más mundanos del día a día, sobre todo para un barrio como la Mina, a pocos pasos de las nuevas instalaciones. Unas expectativas que, de momento, están lejos de lo que podría esperarse.
En a penas 100 metros, cuatro locales con cuatro terrazas son la única pero visible imagen de la vida que la universidad ha insuflado al barrio. La mayoría de establecimientos ya estaban aquí antes del aterrizaje de la universidad y notaron un incremento del movimiento y de la clientela a ciertas horas del día, pero en las caras de los propietarios y camareros no se percibe la alegría de quien dio con una mina del Potosí. “Sí que viene clientela de la universidad, sobre todo personal docente y administrativo, pero estudiantes, muy pocos”, explica una trabajadora del Sabor Mudéjar, un restaurante de comidas y menús de mediodía que lleva abierto cinco años. “Supongo que por el precio y para tomar alguna cerveza prefieren ir a los bares de al lado”.
Se refiere a otros dos establecimientos regentados por emprendedores chinos, uno de los cuales sí abrió coincidiendo con la inauguración de la UPC y parece el más fructífero en lo que a cantidad se refiere. “Muy bien, mucho trabajo”, cuenta de forma esquiva una de las camareras del Amanecer II, cuyas suculentas ofertas parecen atraer a los y las jóvenes. “Vienen pero solo para la bebida. Traen bocadillo o comida de casa”, lamentan entre sonrisas y en un forzado castellano en el Bar Fòrum. El movimiento de centenares de estudiantes cada día sí les sirve para hacer caja, pero ni de lejos ha revolucionado sus negocios ni parece haber propulsado nuevos. Al menos no demasiados.
Una de las excepciones es una academia que ofrece clases de refuerzo para los universitarios, aunque ni siquiera con local propio. Usa las aulas de una empresa colaboradora del Servei d'Ocupació de Catalunya que lleva años instalada en Sant Ramon de Penyafort, y que cede sus espacios a la academia a cambio de un alquiler. Al otro lado de la calle, justo delante de una de las entradas del campus, Ramón Valdés regenta una moderna copistería y constata que los negocios no han empezado a nacer como setas este último año, como cabría poder esperar de un movimiento como la llegada de una universidad.
“Quería abrir este negocio cerca de Hospital Clínic y un familiar me dijo que la UPC abriría aquí. Un año antes, el local quedó libre y decidí instalarme”, relata Ramón. “Es un barrio complicado y los estudiantes no hacen vida aquí, porque hay cierto temor a moverse”, sostiene el copistero, haciendo alusión a algunos incidentes y robos en la zona que él dice haber podido ver con sus propios ojos. “Vienen estudiantes pero aún así es difícil salir adelante. He invertido mucho y hay que hacer muchas fotocopias para amortizar todo esto”, comenta señalando un amplio local bien preparado y con nutrido material.
Los negocios no se multiplican
La copistería está situada en los lujosos edificios de la llamada Mina Nueva, o Mina 'Pija', en la avenida Eduard Maristany, la mayoría de cuyos grandes locales están vacíos. “Vienen empresarios interesados en abrir restaurantes, pero el problema de estos locales es que no tienen salida de humos y no pueden hacer según qué”, argumenta Ramón. “Igualmente, no creo que su público sean los estudiantes, que comen de tupper. Ni los vecinos de estos bloques, que a penas hacen vida aquí”. Algo en lo que coinciden diferentes personas del barrio: habitantes adinerados, muchos extranjeros, que llegan y se marchan en coche sin prácticamente pisar la calle.
Desde el ayuntamiento adrianense niegan tener constancia sobre la queja relativa a la salida de humos de los locales ni que ello haya sido impedimento para ninguna licencia. No obstante, admiten que la demanda de estos y de otros locales de la zona no se consolida. La regidora de Promoción Económica, Filo Cañete, explica que se realizó un estudio de los espacios comerciales que rodean la universidad y que fueron ofrecidos a los emprendedores y negocios que el Consistorio tiene listados.
“Los locales están en una zona residencial con carencia de actividad económica y eso hace que el negocio deba estar muy vinculado con la universidad. En el caso de las demandas de nuestros emprendedores no se concreta ese interés”, explica la concejala, quien aduce, además, el alto precio de los alquileres: alrededor de 1.500 euros mensuales. Además de Ayuntamiento, la propia UPC organizó un foro de empresas el pasado mayo, para estar en contacto con el tejido económico del entorno y ser el enlace con entre los estudiantes y los posibles negocios que requieran el recurso humano y conocimiento que desprende un polo como la Politécnica.
Los colaboraciones socioeducativas quieren romper la frontera
Otro de los ámbitos en los que se espera cierta influencia es la mejora educativa y social de La Mina, a pocos minutos a pie del nuevo campus. Dos realidades completamente distintas que agentes y administraciones pretenden hacer confluir, al menos a largo plazo. Y es que, en el primer año, las sinergias son casi anecdóticas. “No vemos un estudiante en el barrio ni de casualidad”, apunta el presidente de la asociación de vecinos de La Mina, Paco Hernández.
La relación entre la red asociativa del arrabal adrianense y la UPC se ha limitado, de momento, a algunos actos protocolarios y presencia simbólica de ambas partes, si bien es cierto que existen voluntad y proyectos en ciernes. “Hay gente dentro de la universidad que tiene ideas y quiere tejer colaboraciones, pero de momento no han despegado. También es cierto que se acaban de instalar, prácticamente. Es algo que necesita tiempo”, aduce el activista y educador Josep Maria Monferrer.
Este mismo noviembre, de hecho, ha sido la puesta de largo de una de estas primeras iniciativas, el Projecte Rossinyol. Un proyecto en el que los universitarios se prestan a ejercer de mentores y tutores de alumnos de institutos, que ya existe en otros lugares y que la UPC ya ha impulsado en el nuevo campus. De momento, ya hay algunas parejas en funcionamiento con alumnos del Instituto-Escuela de La Mina y del Instituto Manuel Vázquez Montalbán. “No se trata de clases, ni de ayuda académica, más bien de experiencia vital. Que los universitarios den a conocer a los chicos y chicas realidades que no ven en su día a día, por ejemplo”, cuentan desde la UPC.
Fuentes del campus coinciden con la mirada del activismo del barrio y entienden que tejer complicidades “es un proceso lento”, que no se puede materializar en unos meses. En este sentido, la universidad también está presente ya en el círculo de agentes que participan en el plan educativo de La Mina, como un miembro más que pueda aportar y sumar.
Otro potente proyecto en marcha es el de la First Lego League, un campeonato de robótica entre colegios que la UPC quiere traer al campus Besòs para que una decena de centros de Sant Adrià y Sant Martí puedan participar con ayuda económica y soporte externos. “Es interesante porque es una iniciativa en la que, solo por los costes del material, la mayoría de escuelas nunca participarían”, apuntan fuentes de la Politécnica. Al margen, y también en el campo de la mecánica o la robótica, las propias asociaciones de estudiantes ofrecen talleres formativos a los que asisten alumnos de ciclos formativos e institutos de Sant Adrià.